Los lunes no hay teatro
A modo de ejercicio, si pudiera resumir estos 3 meses y medio sin teatros, los resumiría como un gran, eterno (y no remunerado) lunes. Y más acertado sería el hacerlo, si me basase en mi experiencia sobre este tema, junto a las experiencias que le convergen. Aquellas que logro compartir a diario con colegas y amigos del rubro.
Entonces… Día lunes por la madrugada, desayuno, mi hijo y mi compañera duermen aún. Voy en bicicleta y llueve. Asciendo y desciendo por el barrio Palermo. La luz delantera enciende las gotas que caen con el viento, e imagino que la sombra es una mezcla de braille y brillo que ondula en el mar, sobre una delgada capa de asfalto. Golpeo la hoja de la puerta sin sentirla, se enciende la lamparita del pasillo, se abre la puerta como un gran telón en su altura, y la técnica de iluminación me entrega los cortes para llevar a la modista. Se cierra la puerta, la luz se apaga, y sigo. Aún no amanece en la Banda Oriental.
Al dejarle las piezas, me avisa que para la tarde estarán prontas las prendas de vestir, y vuelvo a pedalear. La luz de mi bicicleta se hace menos perceptible, ya se asoma el sol tiñendo de un gris brillante este día de tinta china. De vuelta en casa, el enano duerme aún, desayuno una fruta más. Y con ropa seca, arranco a la verdulería.
Son las 09:00am, y ya vuelven del mercado Modelo el escenógrafo y la bailarina, el auto con las hortalizas y frutas, cubiertos todos de gotas gruesas. Montamos los cajones, disponemos su contenido para deleite de la vista, revisamos lo que haya para tirar, para comer en el momento y lo que llevaremos cada uno consigo al terminar la jornada. Barrer una vez que todo está pronto, se encienden las luces, suena Lou Reed… The last shot…, y las doñas del barrio eligen sus ingredientes entre sospechas, suspiros y ese frío que cayó para juntarnos o endurecernos. Las conversaciones son amables, charlamos sobre la cultura en el Uruguay y los precios de la verdura. Nos ubican, al menos saben que no hay teatros abiertos, y salen a retar la realidad, con sus bastones al viento; las jubiladas del barrio.
Pasan los minutos, y vamos aprontando los pedidos; 3 kilos aquí, ½ kilo allá, pasan los minutos, los colores y olores, texturas de lo blando y maduro, lo verde que te recuerda que el tiempo te fermenta y te llena de pelos, la claridad que se enturbia, y distintas sensaciones que recorren la tierra, las hojas caídas y secas de la espinaca, las monedas que escasean para el cambio, y los te pago mañana; que te dan esa alegría secreta, con esa mirada cómplice que te obsequian de propina.
La hora de irme y pedalear para la casa se ve aplazada, y mientras arreglo un último pedido, suena Television… Torn Curtain… Imagino las salas vacías, vacías como no las ha visto ningún técnico, ningún elenco ni tampoco ningún limpiador, muerta de vacía. Está oscura a esta hora, como siempre que alguien se acuerda de ella. Agarro la bicicleta y subo por la calle, alejándome de las visiones pasajeras.
Ya están prontas las piezas, y me las llevo a la espalda, rumbo a la terminal de buses; para Paysandú, pa Rivera, pa Salto… de 24 a 48 horas llega el paquete. Me subo a la bicicleta nuevamente y me diluyo para casa. Mi hijo está con los legos, la escenógrafa se prepara para salir y terminar las encomiendas del día de mañana. A toda prisa; un beso dulce y eterno. Recordamos cada uno por su lado la sala vacía, y por suerte y nada más que suerte; hoy cenaremos.
Después de cantar nuestra canción, nos miramos a los ojos. El silencio es alimentado desde la oscuridad; escucho los aplausos Bruno… ¿tú también?
por Joao Goncalves
